¿Quién me ha robado el mes de abril?
«Quién me ha robado el mes de abril
cómo pudo sucederme a mí
quién me ha robado el mes de abril
lo guardaba en el cajón
donde guardo el corazón»
Joaquín Sabina - ¿Quién me ha robado el mes de abril?
MI ABRIL
El mes de abril, tan extraño para ti y para mi, tan diferente y particular, va con la marca del recuerdo del agonizante principio de un nuevo año. Un año que, escondido entre las flores blancas de un cerezo, escribe en un cuaderno algunas poesías, con una pluma de tinta especial hecha de horas, minutos y segundos caducados. En ellas, recuerda el frío enero y los días cortos, las noches largas y el sonido del viento repiqueteando en las ventanas cerradas de las casas. También la comida caliente, las mantas de franela y una película en familia.
A nuestro año, febrero le pareció «cursi e inmaduro», con su 14 y sus «te quiero» de usar y tirar; se le hizo largo y pesado, dice, y le dedica un poema que se titula 28 o 29 días para crecer, porque «no hay tiempo» para tonterías.
Cuando llega a marzo, echa un vistazo a todo lo que ha escrito, y todo lo anterior le parece muy monótono, muy igual.
—Tienes que variar un poco —se dice a sí mismo.
Entonces, coge la pluma y descarga palabras pesadas, trabajadas, y va tachando y arrancando páginas emborronadas, hasta que, al cabo de un rato, lo consigue. Primavera lo llama y, al leerlo, piensa en el olor del té, de los jardines y sus flores, y del campo marrón por la tierra mojada. Pero, de pronto, le vuelve la alergia al color marrón, al té y a los jardines, y deja de leer.
Pretende entonces seguir con su lírica tarea, y le toca ya al tan esperado abril. Este abril, que se hace de rogar y viene abrigado de lluvias y nubes gris claro, pero tiene un «nosequé», un «nosequé» que matizan de color naranja sus atardeceres y de azul sus, aunque pocos y salpicados, cielos despejados.
—Para este, no sé... Quizás un... —musita, mientras busca entre las flores un puñado de versos.
Finalmente, en una hoja cuyo verde hace juego con el puro blanco de aquellas, esboza unas estrofas que, al terminar, se dispone a pasar a limpio en su cuaderno.
Sin embargo, al momento de sacarlo del bolsillo, una epidemia de gotitas de agua anuncia una tormenta que, en un instante, se asemeja a un diluvio. Parece que el mismo Atlántico se derrama encima del inmóvil cerezo y, en un caótico zarandeo de sus ramas, un húmedo y violento soplo de aire roba la verde hoja y con ella, las estrofas.
Así, en un «quizás» inacabado, en un «no sé» dubitativo, se queda el boceto del abril robado a un año, nuestro año, mi año, como un irónico garabato de lo que ya no podrá ser.
—Tienes que variar un poco —se dice a sí mismo.
Entonces, coge la pluma y descarga palabras pesadas, trabajadas, y va tachando y arrancando páginas emborronadas, hasta que, al cabo de un rato, lo consigue. Primavera lo llama y, al leerlo, piensa en el olor del té, de los jardines y sus flores, y del campo marrón por la tierra mojada. Pero, de pronto, le vuelve la alergia al color marrón, al té y a los jardines, y deja de leer.
Pretende entonces seguir con su lírica tarea, y le toca ya al tan esperado abril. Este abril, que se hace de rogar y viene abrigado de lluvias y nubes gris claro, pero tiene un «nosequé», un «nosequé» que matizan de color naranja sus atardeceres y de azul sus, aunque pocos y salpicados, cielos despejados.
—Para este, no sé... Quizás un... —musita, mientras busca entre las flores un puñado de versos.
Finalmente, en una hoja cuyo verde hace juego con el puro blanco de aquellas, esboza unas estrofas que, al terminar, se dispone a pasar a limpio en su cuaderno.
Sin embargo, al momento de sacarlo del bolsillo, una epidemia de gotitas de agua anuncia una tormenta que, en un instante, se asemeja a un diluvio. Parece que el mismo Atlántico se derrama encima del inmóvil cerezo y, en un caótico zarandeo de sus ramas, un húmedo y violento soplo de aire roba la verde hoja y con ella, las estrofas.
Así, en un «quizás» inacabado, en un «no sé» dubitativo, se queda el boceto del abril robado a un año, nuestro año, mi año, como un irónico garabato de lo que ya no podrá ser.
Alejandro Olivares Rodríguez
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