Pueblo Blanco
«El sacristán ha visto hacerse viejo al cura
el cura ha visto al cabo y el cabo al sacristán
y mi pueblo después vio morir a los tres
y me pregunto ¿porqué nacerá gente
si nacer o morir es indiferente?»
Joan Manuel Serrat - Pueblo blanco
NUBE DE GOLONDRINAS
NUBE DE GOLONDRINAS
Atardecer de oro y esparto vencido en vacías y agrietadas lomas. Una pétrea y seca ilusión de libertad subyace en el eco de la voz con timbre de grafito y tinta que va a morir en clónicas líneas paralelas. En este paisaje soñoliento, compañero de una prisa en huelga con el tiempo, los pensamientos se abalanzan entre las pestañas llenas de dudas, de porqués.
Al filo de guitarras flamencas se mueven, por fandangos, las inquietudes de filosofías intemporales, para desgarrar, cual «quejío» caracolero el alma misma, todo velo de seguridad y tranquilidad, los débiles pilares que sostienen día a día incluso el mismo cielo sobre y dentro de nuestras cabezas. ¿El fin es principio? ¿Qué hay en la nada de la inexistencia más que ausencia de todo? Fáciles antítesis para el poeta novicio que, sin embargo, poco o nada sabe de los infiernos de la razón que invoca con desairada ignorancia, imprimiéndolas en el papel con el jugo de mentes pasadas: ¿cuál es el porqué del ansia de caminar una senda dibujada en cada paso?... ¿cuál es el sentido de la vida?
El arcoíris, enjaulado en cada pincelada, no es siervo de un único amo y señor; cada cuadro tiene su paleta, ya sea de un tono azulado, o quizás un negro carbón, mas toda vida luce su color. Algunas, sin embargo, yermas de todo anhelo o inundadas de hastío, recitan a la muerte una plegaria, pero la muerte no da la vida. La muerte no hace brillar de margaritas los campos ni acaricia la arenosa tierra fundida con la mirada del astro rey. La muerte es tierra podrida y flores marchitas.
Marchita es también la existencia que no existe por otra, que nunca ha mordido un agrio sueño desvelado, mientras en cada latido del corazón crujían y sangraban los añicos de un reflejo mutilado, o que no ha cavado su propia tumba en una simple mirada y un silencio, o en un fuerte abrazo y el olor a roble oscuro; marchita es la existencia del idiota. Entonces, ¿cuál es el sentido de la vida?
Razón de ser. Eso es lo que se entiende por sentido, por sentido de la vida: la razón de ser de nuestro mismo ser frente al no ser. Miles de millones de personas «son» sin saber para qué, sin razón, sin percatarse de la sencilla respuesta a este interrogante. Solo es necesario alzar la vista un poco y ver una nube de golondrinas que surcan los cielos migrando a otro lugar, abandonando antiguos nidos que a otros darán paso. Porque el sentido de la vida es, como alguien cantó alguna vez, el mismo que mueve a una golondrina en su navegar entre el viento y su oleaje, al ritmo del aleteo constante de sus compañeras, para no volver jamás al mismo nido que una vez pudo ser su hogar.
Al filo de guitarras flamencas se mueven, por fandangos, las inquietudes de filosofías intemporales, para desgarrar, cual «quejío» caracolero el alma misma, todo velo de seguridad y tranquilidad, los débiles pilares que sostienen día a día incluso el mismo cielo sobre y dentro de nuestras cabezas. ¿El fin es principio? ¿Qué hay en la nada de la inexistencia más que ausencia de todo? Fáciles antítesis para el poeta novicio que, sin embargo, poco o nada sabe de los infiernos de la razón que invoca con desairada ignorancia, imprimiéndolas en el papel con el jugo de mentes pasadas: ¿cuál es el porqué del ansia de caminar una senda dibujada en cada paso?... ¿cuál es el sentido de la vida?
El arcoíris, enjaulado en cada pincelada, no es siervo de un único amo y señor; cada cuadro tiene su paleta, ya sea de un tono azulado, o quizás un negro carbón, mas toda vida luce su color. Algunas, sin embargo, yermas de todo anhelo o inundadas de hastío, recitan a la muerte una plegaria, pero la muerte no da la vida. La muerte no hace brillar de margaritas los campos ni acaricia la arenosa tierra fundida con la mirada del astro rey. La muerte es tierra podrida y flores marchitas.
Marchita es también la existencia que no existe por otra, que nunca ha mordido un agrio sueño desvelado, mientras en cada latido del corazón crujían y sangraban los añicos de un reflejo mutilado, o que no ha cavado su propia tumba en una simple mirada y un silencio, o en un fuerte abrazo y el olor a roble oscuro; marchita es la existencia del idiota. Entonces, ¿cuál es el sentido de la vida?
Razón de ser. Eso es lo que se entiende por sentido, por sentido de la vida: la razón de ser de nuestro mismo ser frente al no ser. Miles de millones de personas «son» sin saber para qué, sin razón, sin percatarse de la sencilla respuesta a este interrogante. Solo es necesario alzar la vista un poco y ver una nube de golondrinas que surcan los cielos migrando a otro lugar, abandonando antiguos nidos que a otros darán paso. Porque el sentido de la vida es, como alguien cantó alguna vez, el mismo que mueve a una golondrina en su navegar entre el viento y su oleaje, al ritmo del aleteo constante de sus compañeras, para no volver jamás al mismo nido que una vez pudo ser su hogar.
Alejandro Olivares Rodríguez
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